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El Colegio by Java


ESta historia al igual que otras no es de mi autoria, la encontre en la wayback machine

El Colegio

By Gaucho

Yo asistí, durante los últimos años de la Dictadura militar de Argentina a un colegio de estudios secundario del tipo Nacional. Estos colegios tenía fama de ser los de mejor enseñanza y mayor exigencia. Eran públicos, pero cuidaban la fama que ostentaban con la exclusividad de los establecimientos privados. Por fin, tenía diecisiete años y concurría a un colegio que se preciaba de ser rígido en sus normas.

Nadie que no haya pasado una dictadura militar podrá comprender que durante estos períodos, todos los puesto importantes y representativos de una institución están ocupados por gente relacionadas a las fuerzas armadas o a la policía. El antiguo director del colegio, que era abogado, había pasado a la inactividad en menos de 48 horas y su puesto fue ocupado por la esposa de un marino.

Cuando yo asistí a cursar mis estudios, el jefe de preceptores ( como la casi mayoría de las autoridades del momento ) del Colegio Nacional de Mar del Plata estaba vinculado a la policía. Su aspecto era bajo, atlético y panzón, siempre con traje impecable y el cabello militar y cuidadosamente corto.

Vayamos a los hechos. En el transcurso de casi un año entero, y por razones familiares (había fallecido un abuelo paterno dueño de una pequeñita empresa que podía caer en zozobra) mis padres se fueron a vivir a otra ciudad lejana de la mía: Córdoba Capital. Y a la distancia y por teléfono, querían controlar la fuerza de este adolescente. Quedé todo ese lapso de tiempo bajo la tutela de mis padrinos, que eran muy buena gente, pero educados de una forma muy antigua; y ya cansados de discutir, me dejaban hacer, con un enojo constante.

Bueno, yo en todo lo rebelde que se puede ser cuando se tienen diecisiete años, aprovechaba. Y ese año, me resultaba sumamente descansado sin la mirada vigilante de los padres. Poco trabajaba en el colegio y realmente me había transformado en un alumno molesto para mis profesores y muy divertido y lider para mis compañeros. Hasta me había animado a custionar públicamente a algún profesor (hecho que en el momento nos parecía una clara transgresión). Entre las tantas libertades que me tomé, me dejé de cortar el pelo. Esta libertad, en esos años, era una tremenda osadía, y el más claro signo de mi rebeldía.

A todo esto, el jefe de preceptores me pidió varias veces que me cortara el pelo y yo siempre le decía que lo haría a la brevedad.....pero la verdad es que los términos convenidos se saltaban y yo seguía parado en mis trece. Viendo que no lograba nada con sus continuos llamados de atención, procedió a efectuar una citación a mis padres. Me recuerdo, que en su oficina y frente a su escritorio, le señalé que ellos no estaban y que vivía con mis padrinos que eran dos personas mayores y muy poco dispuestas a ocuparse de mí. Razoné que ni siquiera querían darme dinero para cortarme el pelo. Esta última frase incluía un velado desafío, ya que le hacía saber que mis tutores no se interesaban en mí y que su artillería no me alcanzaría. Yo creía que nada me favorecía más en mi tesitura que argumentar el desinterés de mis tutores. Esta situación (suponía) me ponía en un claro privilegio para las normas del colegio....pero no para las del preceptor.

Una mañana , al entrar en el edificio, tal y como lo hacía regularmente en las frías mañanas de Mar del Plata, el preceptor, me interceptó en el portón de entrada y me hizo esperarlo afuera. Yo supuse que, una vez más, todo había empeorado. Supuse que me prohibiría la entrada (esa era una práctica frecuente en esos día). Se aplicaba una suspensión de una semana o quince días y el alumno no ingresaba al colegio. Yo estaba nervioso, pero también me imaginaba como un vago, durmiendo en mi cama, feliz, hasta tarde....

Mi sorpresa fue cuando me dijo que lo acompañara hasta su auto que estaba estacionado frente al establecimiento. Esto no estaba en mis papeles. Balbucié e intenté pensar algunas excusas para evitarme el enfrentamiento entre preceptor y padrinos ; ya que (muy iluso) suponía que me devolvería a mi casa.

El Señor preceptor me dijo, : "-Dale subí, que te voy a hacer cortar el pelo." Y continuó mientras sonreía. "_¿Te creías que me ibas a pasar?; bueno, no. Tengo la autorización de tu padrino y además él lo ve muy bien."

Estaba en el auto y veía pasar las cuadras de la ciudad y estaba como loco. Cuando detuvo el auto, me encontraba en la puerta del destacamento policial de la Policía primera. En ese momento, era bastante común que la policía te cortara el pelo, así que comprendí, con terror y de manera súbita, lo que me iba a ocurrir en los próximos veinte minutos y además imaginé mis próximos días frente a mis amigos .

Allí me hicieron pasar a una piecita del fondo que hacía de peluquería. Primero me negué, pero me dijo que por las buenas o por las malas yo iba a salir de la comisaría con la cabeza rapada.

Llamó a alguien que parecía amigo suyo, y una vez que me subí al sillón, le dijo que me rapara con la máquina a cero. Un cana (policía) ¿el peluquero? se reía y él preceptor también. Éste le comentó muy brevemente que yo no me quería cortar el pelo. El otro se rió y le dijo, "-dejameló que en diez minutos te lo dejo bien tusado". " -Pibe, hacés mal, hay que cortarse el pelo y no meterse en líos. Ves, ahora te corto el pelo cómo hay que usarlo y despúes, solito, todos los meses... peluquería y peluquería ...salvo que quieras volver."

Prendió la máquina y comenzó a cortar con indiferencia. Ellos charlaron de otras cosas que tenían en común. Yo con la cabeza agachada veía caer el pelo en el delantal y por dentro iba a reventar de frío por saber que era irreversible. Entre momento y momento, se apartaba de mí, dejaba de hacer su tarea y conversaba tranquilamente con su amigo. Apagaba la máquina y agitaba los brazos, discutiendo sobre la actitud de un pariente en común. Ellos se olvidaban de mí y de lo que me estaban haciendo. Para ellos era lo más normal del mundo esta cosa de rapar gente o de andar con el pelo muy corto. Sólo un hecho de la costumbre y de aseo. Entre tanto yo apreciaba en el espejo, de frente o de reojo, lo que me estaban haciendo y por dentro los puteaba y estaba excitado. Toda la cabeza (cubierta por una sombra de pelos que apenas se veían) había tomado un color gris. Las orejas había aparecido para quedarse expuestas, quisiera o no. El flequillo... ¿El flequillo? Estaba desperdigado en el piso o pisado bajo la bota del peluquero.

Aseguro que verme en un espejo sucio, de una pared de la peluquería de la policía, con la cabeza como un soldado me congeló la espalda. Lo veía y no lo podía creer. Con una brocha, me quitó los restos de pelusa antes de quitarme la capa blanca. Mi cara de preso hacía juego con la mugre del lugar, la pintura saltada de las paredes, el estante con cajonera renegrida, en la que estaban amontonados: unas maquinillas, un peine, una brocha de afeitar, una navaja, unas tijeras, un cenicero de latón lleno de colillas y sobre el que había un espejo sucio y viejo.

Había perdido.

Cuando salimos, me llevó al colegio. Me dijo,"- ahora no lo entendés, pero es por tu bien".



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